Un buen día, al amanecer, bebí un vaso de agua de lluvia que había dejado en la ventana. En los días sucesivos caí en un estado de delirio: me sentí un cavernícola, peludo y sin modales. Miré el mundo con ojos asombrados y tuve que descubrirlo todo. Aprendí a cazar enormes saurios, a pintar en las cuevas, a silbar tonaditas, a convivir con gente tan fea como yo y amar a la única mujer bonita de la tribu, que fue lo más difícil y hermoso de todo. Cuando recuperé la razón, había terminado de escribir estas leyendas.