ENTRE GENERACIONES DISCONTINUIDAD E HISTORIZACION PASAJE-TRANSMISION-MEMORIA

ENTRE GENERACIONES DISCONTINUIDAD E HISTORIZACION PASAJE-TRANSMISION-MEMORIA

Editorial:
EDICIONES NOVEDADES EDUCATIVAS
Edición:
Materia:
Educación
Páginas:
92
Encuadernación:
Tapa blanda

"Entre" es un espacio, lugar de pasaje, fluido, obstaculizado, interferido, realizado; espacio de espejos que reflejan, refractan, proyectan, se rompen, generan tiempos de oscuridad y de luz. Luces con su propia opacidad. Ese entre generaciones es hoy objeto de análisis.
Ese espacio, brecha, relación o vínculo, algunas de las formas con los que se ha nombrado, eso que pasa entre, y que pugnamos por aprehender, se desmarca cada vez gracias a su propia complejidad de la cual formamos parte.
Esa implicación, más que desventaja, en tanto analizada, es motor de una búsqueda y al mismo tiempo una pista. Transmisión e implicación allí son sinónimos. Ahí donde y cuando nos preguntamos y preguntamos sobre eso que pasa, allí donde respondemos desde donde podemos, hacemos lazo, quebramos el estupor y el silencio vacío que impera.
José Saramago, escritor portugués, cuenta: "En noches calientes de verano, después de la cena, mi abuelo me decía: 'José, hoy vamos a dormir los dos debajo de la higuera'...
Mientras el sueño llegaba, la noche se poblaba con las historias y los sucesos que mi abuelo iba contando: leyendas, apariciones, asombros, episodios singulares, muertes antiguas, escaramuzas de palo y piedra, palabras de antepasados, un incansable rumor de memorias que me mantenía despierto, al mismo que suavemente me acunaba.
Nunca supe si él se callaba cuando descubría que me había dormido, o si seguía hablando para no dejar a medias la respuesta a la pregunta que invariablemente le hacía en las pausas más demoradas que él, calculadamente, introducía en el relato: '¿Y después?' Tal vez repitiese las historias para sí mismo, quizá para no olvidarlas, quizá para enriquecerlas con peripecias nuevas. No es necesario decir que yo imaginaba, en aquella edad mía y en aquel tiempo de todos nosotros, que mi abuelo Jerónimo era señor de toda la ciencia del mundo.
Cuando, con la primera luz de la mañana, el canto de los pájaros me despertaba, él ya no estaba allí, se había ido al campo con sus animales, dejándome dormir". Saramago dormía en el arrullo de palabras donde las historias armaban el colchón de los sueños. Allí se tendían e hilvanaban los hilos de una historia que anuda a unos y otros "entre" pasado y futuro.
Como en todos los tiempos, una y otra vez, un narrador, un abuelo, un padre, un maestro inauguran y recrean, en las noches de la vida, el había una vez... Relato que pone en palabras la experiencia, que enhebra en ella memorias y olvidos, el contar de la pasión que despierta en otro una inquietud, chispitas que abren ojos. Y al hacerlo una llama se pasa, algo se enciende e inicia lo nuevo.
El "había una vez" del que hablan las abuelas cuentacuentos y que relata Marcelo Bechara, donde el enunciado de la cultura para enunciar lo que no se puede abre el tiempo. Un puente que se tiende, lugar de pasaje y contrabando en la siempre renovada fantasía de continuidad.
Un pensamiento acerca de la transmisión con ilusión de seguir siendo en ese "nuevo". Pero también lugar de traición, que reconstruye la memoria y hace lugar para un nosotros que no es pura repetición ni continuidad. Transmisión que sigue haciendo girar la rueda de la vida; porque otros lo hicieron, porque siempre se ha hecho. El narrar del que sabe, el que ha visto, el antiguo, el viejo. Sin embargo, hoy, en un tiempo donde ya no hay "largo plazo", las profundas mutaciones en la vida y las costumbres nos sitúan frente a un nuevo desafío: ¿qué lugares de inscripción ofrecemos a los nuevos? La expertización del mundo como forma de organización de saberes, fragmentados y repartidos, ha transformado el sistema cultural, y el relato, que antes mediaba, aparece desprovisto de su valor simbólico.
En una cultura que se despreocupa de su memoria, la reflexivización de las costumbres nos coloca frente a la muerte de la asociación poderosa entre escuela y porvenir. La santa palabra de la maestra moderna, lindante al control y al dominio, pero santa al fin, hoy ha sido socavada, desdibujada. Estanislao Antelo trae entonces una pregunta: ¿quién precisa un educador? Porque educar, dice, ha sido, hasta hace poco, poner el ser al abrigo del tiempo. Y hoy el tiempo frenético -de los lenguajes tecno y de las comunicaciones-, la dictadura del mercado y la lucha por la sobrevivencia, nos sitúan frente a la expropiación de la experiencia común, donde los lazos que sostenían nuestras filiaciones y pertenencias aparecen desdibujados. Garabato que envuelve figuras marcadas por la discontinuidad, que libera de la determinación del pasado y también, al mismo tiempo, de la obligatoria necesidad de un futuro previsible.
Es que el futuro, asociado a promesas utópicas o no -idea relativamente nueva en la historia-, ha dejado el lugar a una suerte de expansión del presente, construcción social al fin, percepción del tiempo que parece arrastrar a la parálisis, a la evitación a tomar posición en esa corriente que circula entre los que están y los que van llegando. Canceladas las expectativas acerca del futuro, exceptuando las técnicas, los pasadores quedan cuestionados. Eclipsada la construcción de una historia por venir, ¿queda poco por contar, por decir, por transmitir, por compartir?, ¿cada cual atiende su juego?
La dinámica de la exclusión también opera allí. Esta temporalidad nos obliga a un pensamiento de la transmisión desde nuevas interrogaciones, y viene a inquietar y sacudir en las prácticas aquellas ideas y formas todavía arraigadas, demasiado seguras y tranquilas bajo el modelo de los procesos, desarrollos y progresos.
Nuevas perspectivas nos incitan a repensar la educación, ya no como conservación y recuperación de los valores y sentidos del pasado, ni como un lugar en el que el futuro y los sujetos puedan ser construidos como objeto de fabricación. Estas líneas nos dan la posibilidad de apertura a lo nuevo, al acontecimiento, a lo que aún no fue, un dar la palabra que produce el intervalo, la discontinuidad. Pero "esa discontinuidad se torna riesgo, dice Sandra Carli, cuando (...) no es más que la evidencia dramática de que las generaciones adultas y las generaciones jóvenes transitan un espacio y un tiempo que ha dejado de ser común, y (...) el malestar obtura la posibilidad de construir alguna filiación entre tantas diferencias". En la brutalidad de un presente que en sus formas violentas y disolutivas no da tregua, "sospechas y desconfianzas -como señala Clara Bravin - no hacen más que deteriorar el ya desbastado espacio común.
Parece necesario señalar, una vez más, que los niños y jóvenes, las nuevas generaciones, no son un todo homogéneo, la diferencia esencial no se juega en la edad en común, sino en su existencia social. Lejos de las noches de sueño acunadas en relatos e historias, un nuevo escenario irrumpe en la argentina de hoy.
Una infancia que no es muda reclama y pregunta -en la voz de Carlos Cullen- "¿para qué nos educan? Como excluidos, como desmemoriados, ¿podemos dialogar? ¿Seremos llamados a dialogar y resolver los problemas que genera un modelo que, por definición, nos silencia y nos arrincona en la mera supervivencia? "La Argentina como comunidad nacional ha interrumpido, clausurado o debilitado muchas de aquellas conversaciones cruciales para la reconstrucción civil del conjunto social.
En la era de la explosión de las comunicaciones, nuestro país ha dejado de apasionarse por el diálogo civil, nutricio y descentrado, fundado en la exploración, el conocimiento y la experiencia -nos dice Rafael Gagliano- (...) y ha reducido el piso común de los consensos sociales mínimos que nos habilitan a sentirnos sujetos sociales y ciudadanos prójimos y próximos." Diálogos acallados y silenciados por la desmesura del terror.
Una generación que falta, y un dolor que perdura y la percepción de un vacío que no puede ser nombrado sino en la reconstrucción de la memoria, "una empresa de palabras y representaciones, un acto creador de sentidos", como dice Marcelo Viñar. Es que "el espanto no se olvida, sólo se procesa o se padece". Quizás por esto el paso de la memoria entre generaciones es una empresa que nos convoca en lo que a la educación le cabe: la construcción de nuevos sentidos, de un mundo otro, que no repita las violencias del pasado.
Dice Norma Barbagelata, "aprender a contar de otro modo, y de otro modo lo ocurrido (...), abriendo un espacio diferente de la mera rumiación dolorosa o vengativa del pasado (...). Y permitir un olvido, necesario, olvido que no borra la huella, la marca de lo acontecido".
Entre un imperativo de la transmisión y la conmoción-confusión que parece reinar, más allá de una épica de la confrontación generacional o de la pura continuidad, es entre las generaciones que será posible multiplicar opciones y construir nuevos espacios de libertad.
Las preguntas, entonces, son acerca de un espacio y un tiempo común en el que adultos y jóvenes pudiéramos compartir la palabra para la construcción de sentidos y experiencias que abran posibilidades de hacer y decidir frente a aquello que no se puede fabricar ni confiscar.
Carina Rattero
Daniel Korinfeld
Coordinadora de la presente edición
de Ensayos y Experiencias
y director de la publicación,
respectivamente